Mi primera visita al estadio fue por allá a comienzos de los años 90, de la mano de Don Román Herrera iba a enamorarme por primera vez del azul de mis amores, ver el Campín vestido de azul y a esos once gladiadores dejando sangre, sudor y lágrimas sobre el rectángulo verde, me marco para siempre, nunca mas dejaría de ver fútbol y siempre amaría al "Ballet Azul".
El sábado anterior fui con 3 grandes amigos, todos conocidos de lugares diferentes y en distintas etapas de la vida. Con personalidades distintas, los cuatro compartíamos el amor por Millos, y eso nos unió mas que cualquier otra cosa. Nos encontramos en el estadio y al entrar el ambiente que veo es como el de aquel día, el primero; siempre que entro al estadio me lleno de alegría, de esperanza, de amor al azul, así a la salida los sentimientos no sean siempre los mismos.
Gran cantidad de publico visitante y las colillas de cigarrillos empezaron a volar, el nerviosismo de el vibrante clásico frente al escarlata caleño, cuando ambos conjuntos salieron a calentar hubo aplausos para el local, chiflidos para el visitante, el corazón cada vez palpitaba mas rápido.
El juez dio el pitazo inicial y mis cábalas no se hicieron esperar, prendo un cigarrillo, me echo la bendición (a pesar de no ser católico), levanto la mirada la cielo pidiéndole al de Arriba una ayudita y el grito ¡Vamos Millos!, alentando al embajador. Ese primer cigarrillo encendido ya no existe a los 5 minutos de la primera etapa y el cuadro de visita ya ha tenido una opción clara de anotar, el sudor empieza a recorrer la frente y un sinnúmero de madres salen a resonar (las de los jugadores, las de los jueces, las de los hinchas visitantes, en fin el festival del madrazo).
En la mitad del primer tiempo ya las uñas no existen y voy por el tercer cigarrillo (cortesía de Leo), minuto 35 y penal a favor del contrario. Un madrazo mas hacia el arbitro y el corazón a punto de explotar, el equipo no jugaba de la mejor manera y un gol en contra podria ser el inicio de la debacle; para colmo de males, un ex jugador de la escuadra azul cobraría el penal, un antiguo ídolo. ¿Lo celebrará en caso de hacerlo?, ¿lo quiere cobrar por venganza?, un millón de dudas pasaron por mi mente y de nuevo la mirada al cielo como si Dios tuviera que ver en esto.
El arco se veía inmenso y Delgado pequeño como ratón, pero en una muestra de grandeza, de amor propio, de sentimiento hacia la hinchada y hacia la camiseta, se estira, inmenso y desvía el esférico, se levanta, insulta a sus compañeros y les hace ver que él solo no es el equipo, que en las tribunas habemos miles de personas que esperamos una victoria, el equipo atiende la solicitud.
Antes de irse a las duchas el marcador se abre, luego de una sucesión de rebotes, por fin Amaya logra embocar la redonda en la red y el jubilo estalló por completo. Abrazos, sonrisas, saltos, alegría y felicidad eufórica no se hicieron esperar, el Campín era una fiesta, y así fue durante el entretiempo.
En la segunda m
itad de nuevo el mismo rito en el primer pitazo (cigarrillo, bendición, mirada al cielo y el ¡vamos Millos!). El onceno azul fue otro en la segunda mitad, mas organizado, mas vertical -sin ser profundo- y con mas oportunidades de gol. Minuto 65 y de nuevo la alegría, un nuevo gol que marcaba claramente la superioridad sobre el cuadro de la visita y el corazón empezó a latir ya un poco mas pausado.
Los últimos minutos se fueron entre el olé de la tribuna y le desespero del cuadro rival, y con el fin del juego, la mirada al cielo, agradeciendo por la victoria del equipo, una nueva bendición, abrazo con Leo, Sebas y Nico y a pensar en el tercer tiempo, un tercer tiempo que iba a estar cargado de felicidad inmensa y orgullo, y no de tristeza y decepción.
Alegria, pero con los pies en la tierra, el camino aun es difícil y angosto, no se ha ganado nada, pero la dicha es satsifactoria, así sea solo hasta el siguiente partido.
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Absalom Herrera Acero.
El sábado anterior fui con 3 grandes amigos, todos conocidos de lugares diferentes y en distintas etapas de la vida. Con personalidades distintas, los cuatro compartíamos el amor por Millos, y eso nos unió mas que cualquier otra cosa. Nos encontramos en el estadio y al entrar el ambiente que veo es como el de aquel día, el primero; siempre que entro al estadio me lleno de alegría, de esperanza, de amor al azul, así a la salida los sentimientos no sean siempre los mismos.
Gran cantidad de publico visitante y las colillas de cigarrillos empezaron a volar, el nerviosismo de el vibrante clásico frente al escarlata caleño, cuando ambos conjuntos salieron a calentar hubo aplausos para el local, chiflidos para el visitante, el corazón cada vez palpitaba mas rápido.
El juez dio el pitazo inicial y mis cábalas no se hicieron esperar, prendo un cigarrillo, me echo la bendición (a pesar de no ser católico), levanto la mirada la cielo pidiéndole al de Arriba una ayudita y el grito ¡Vamos Millos!, alentando al embajador. Ese primer cigarrillo encendido ya no existe a los 5 minutos de la primera etapa y el cuadro de visita ya ha tenido una opción clara de anotar, el sudor empieza a recorrer la frente y un sinnúmero de madres salen a resonar (las de los jugadores, las de los jueces, las de los hinchas visitantes, en fin el festival del madrazo).
En la mitad del primer tiempo ya las uñas no existen y voy por el tercer cigarrillo (cortesía de Leo), minuto 35 y penal a favor del contrario. Un madrazo mas hacia el arbitro y el corazón a punto de explotar, el equipo no jugaba de la mejor manera y un gol en contra podria ser el inicio de la debacle; para colmo de males, un ex jugador de la escuadra azul cobraría el penal, un antiguo ídolo. ¿Lo celebrará en caso de hacerlo?, ¿lo quiere cobrar por venganza?, un millón de dudas pasaron por mi mente y de nuevo la mirada al cielo como si Dios tuviera que ver en esto.
El arco se veía inmenso y Delgado pequeño como ratón, pero en una muestra de grandeza, de amor propio, de sentimiento hacia la hinchada y hacia la camiseta, se estira, inmenso y desvía el esférico, se levanta, insulta a sus compañeros y les hace ver que él solo no es el equipo, que en las tribunas habemos miles de personas que esperamos una victoria, el equipo atiende la solicitud.
Antes de irse a las duchas el marcador se abre, luego de una sucesión de rebotes, por fin Amaya logra embocar la redonda en la red y el jubilo estalló por completo. Abrazos, sonrisas, saltos, alegría y felicidad eufórica no se hicieron esperar, el Campín era una fiesta, y así fue durante el entretiempo.
En la segunda m
itad de nuevo el mismo rito en el primer pitazo (cigarrillo, bendición, mirada al cielo y el ¡vamos Millos!). El onceno azul fue otro en la segunda mitad, mas organizado, mas vertical -sin ser profundo- y con mas oportunidades de gol. Minuto 65 y de nuevo la alegría, un nuevo gol que marcaba claramente la superioridad sobre el cuadro de la visita y el corazón empezó a latir ya un poco mas pausado. Los últimos minutos se fueron entre el olé de la tribuna y le desespero del cuadro rival, y con el fin del juego, la mirada al cielo, agradeciendo por la victoria del equipo, una nueva bendición, abrazo con Leo, Sebas y Nico y a pensar en el tercer tiempo, un tercer tiempo que iba a estar cargado de felicidad inmensa y orgullo, y no de tristeza y decepción.
Alegria, pero con los pies en la tierra, el camino aun es difícil y angosto, no se ha ganado nada, pero la dicha es satsifactoria, así sea solo hasta el siguiente partido.
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